"En la historia de la humanidad, hay épocas de cambio, momentos de transición, el paso de algo que fue a algo que será".
Alan Wolff, Director General Adjunto de la OMC
En 1914, al estallar la primera guerra mundial, el escritor británico H.G. Wells publicó una serie de artículos que luego serían compilados en el libro "la guerra para terminar todas las guerras" en alusión a que la "gran guerra", por su escala sin precedentes en la historia de la humanidad, traería indefectiblemente un repudio al recurso de las armas por parte de las grandes potencias. Todos sabemos el resto de la historia.
Para abordar un conflicto, cualquiera que sea su naturaleza, hay que conocer y estudiar sus causas, todas sus causas. Segregar aquellas directas e inmediatas, de las que son más estructurales. Tomando como muestra la primera guerra mundial, tenemos entonces: el asesinato de Francisco Fernando (causa inmediata) y el rompimiento del equilibrio de poder entre las grandes potencias (estructural).
La guerra comercial que por más de un año han mantenido las dos principales economías del mundo acaba de incrementar su tono después de EEUU anunciar que aumentaría en 10% los aranceles a productos por valor de 300.000 millones de dólares. La noticia fue respondida por China con una devaluación de su moneda, el yuan, por encima del valor histórico-sicológico de 7x1. Esa medida anunciada esta semana provocó la inmediata reacción del Presidente Donald Trump y la caída de los mercados bursátiles en varias regiones el mundo, enviando señales de que será un conflicto prolongado y de desgaste.
Mientras todo esto ocurre, y aunque parezca extraño, ambos países continúan sus negociaciones. Para un posible acuerdo, uno que cuente con el compromiso decisivo de los actores, que brinde a la vez tranquilidad y previsibilidad al sistema multilateral de comercio (SMC), es preciso que se "cubran todas la bases". Por lo tanto, más allá de plantear soluciones para las motivaciones directas del conflicto, hay que develar las verdaderas causas estructurales del problema.
Un diagnóstico de estos problemas fue el aportado por el propio EEUU en la Conferencia Ministerial de Buenos Aires de 2017, cuando llamó a una reforma del SMC que incluya el Mecanismo de Solución de Disputas, la transparencia y las notificaciones, así como la delimitación de la condición de país en desarrollo. Este último punto ha sido muy sensible debido al tratamiento especial que pueden recibir éstos países, incluyendo plazos más largos para cumplir con los Acuerdos de la OMC y que otro país le pueda otorgar beneficios unilaterales bajo el Sistema Generalizado de Preferencia (SGP).
Con respecto al SGP y el estatus de país en desarrollo, la posición de EEUU es hasta cierto punto razonable: no es posible que todavía países como China, Corea del Sur y la India se auto-designen países en desarrollo, siendo al mismo tiempo de las principales economías del mundo. Esto puede hasta operar en detrimento de otros países que si necesitan estas facilidades, como es nuestro propio caso.
Pero volviendo a las causas estructurales, surge la interrogante: resolviendo éstas cuestiones nos asegurará la paz duradera?. Será así?, o en cambio será una "paz para acabar con la paz" como se expresó cínicamente después de la Conferencia de París de 1919?. Si se atienden los mencionados problemas, quién asegura que no surgirán otros?.
Es probable que esta no sea la "guerra para terminar todas las guerras comerciales", pero bien pudiera ser la oportunidad perfecta para tratar y avanzar en los asuntos que amenazan con provocar la próxima gran guerra comercial. Y ello si requerirá del concierto de la OMC y todos sus miembros. En Buenos Aires, EEUU, secundado por la UE y Japón se refirieron a la necesidad de normas adecuadas para encarar una serie de preocupaciones, como las subvenciones a la industria, la creación de exceso de capacidad, las actividades comerciales de las empresas estatales y la transferencia forzosa de tecnología. Todas ellas, por cierto, alusivas a China.
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