jueves, 19 de octubre de 2017

¿Por qué fracasan los países?



Si el título del presente artículo les resulta familiar, comenzaré por decirles que efectivamente me voy a referir a la obra de los economistas Daron Acemoglu y James A. Robinson cuyo título lleva el mismo nombre. Este último estuvo recientemente en la República Dominicana dando una Conferencia sobre su libro, la cual tuve la dicha de asistir. Pero más adelante hablaremos de eso. ¿Por qué fracasan los países? es la pregunta. Pero esa interpelación, que parece formulada de manera clara y precisa nos guía a múltiples interrogantes y vertientes que los autores magistralmente  analizan en su estudio.

Refiriéndome al libro, he tenido la oportunidad de leerlo y estudiarlo. Lo he recomendado a colegas, amistades, académicos, estudiantes y a prácticamente todo el mundo. Especialmente, considero que debe ser una lectura obligatoria para los planificadores, hacedores y ejecutores de políticas públicas en los países en desarrollo. Es un texto llano, que utiliza de una manera muy atinada referencias históricas, pero también se auxilia de la política, la economía, la sociología, la antropología y otras disciplinas para el estudio de los factores que determinan el éxito o el fracaso de las naciones.

Los postulados esenciales en los que Acemoglu y Robinson basan su tesis es la correlación que existe entre la prevalencia en determinadas sociedades de instituciones económicas/políticas extractivas y el colapso de aquellas. Del otro lado, demuestran como la preeminencia de instituciones económicas/políticas inclusivas crean incentivos y círculos virtuosos para el desarrollo, progreso y prosperidad de los países.

De esa forma, los autores enriquecen sus diferentes hipótesis presentando y desarrollando un mapa mental con distintos conceptos relevantes. Uno de mis favoritos es la deriva institucional. La deriva institucional es una situación que, de acuerdo con la Ciencia Política, resulta de una coyuntura crítica que interactúa con las instituciones políticas y económicas existentes. Dicho de otro modo, la deriva institucional es el proceso gradual y degenerativo en el cual las sociedades se van distanciando en lo que respecta a sus instituciones.

La deriva institucional conduce inexorablemente a una coyuntura crítica, que según los propios autores “es un gran acontecimiento o una confluencia de factores que trastorna el equilibrio económico o político existente en la sociedad”. Y continúan elaborando: “Una coyuntura crítica es una arma de doble filo que puede provocar un giro decisivo en la trayectoria de un país. Por una parte, puede allanar el camino para romper el ciclo de instituciones extractivas y permitir que aparezcan otras más inclusivas… o puede intensificar la aparición de instituciones extractivas”.

Es importante comprender esta interrelación que guardan la deriva institucional y las coyunturas críticas, puesto que la primera es mucho más fácil de diagnosticar e identificar en una sociedad en un momento dado, mientras que la segunda tiende a aparecer de manera sorpresiva, espontánea. La coyuntura crítica puede activarse entonces por cualquier evento, que sumado a la deriva institucional, puede provocar una sacudida en los cimientos de la sociedad. El episodio puede tratarse de una crisis económica, política, social, por ejemplo, al igual que un desastre natural, una pandemia, etc. Son procesos complejos cuyo desenlace final viene a depender del tipo de instituciones que promueva la sociedad, así como de los incentivos.

Para que entendamos esto de los incentivos, una muestra: si una nación no persigue y castiga la corrupción, la misma se vuelve un atractivo, debido a la rápida acumulación de riquezas y el bajo riesgo. De esta forma, este tipo de sociedad reproduce sistemáticamente un "bucle de realimentación", por el cual una cierta proporción de la salida de un sistema se redirige a la entrada, con objeto de controlar su comportamiento y por supuesto, promoviendo continuamente dicha conducta (una especie bizarra de circulo virtuoso y vicioso al mismo tiempo).

Dependiendo la clase de incentivos de una sociedad, se caracterizará la misma. Pensemos por un instante en el tipo de incentivos que promueve la sociedad dominicana. ¿Qué se premia?, Cuál es la referencia de éxito?, etc. Ahora, observen los incentivos que existen en los Estados Unidos. Yo sé que no es una buena analogía. Sin embargo, cuando vemos a Estados Unidos pensamos en instituciones fuertes, la igualdad ante la ley, la seguridad jurídica y los límites al poder político, económico, etc.

Volviendo al primer párrafo, la Conferencia magistral dictada por el economista James A. Robinson, éste se refería a las divergencias entre los Estados Unidos y México. Para ello comparó a dos personajes emblemáticos de sus respectivos países: Bill Gates y Carlos Slim. Ambos se disputaban hace unos años el título del hombre más rico del mundo, pero sus fortunas no solo tienen orígenes distintos, si no que las mismas dependieron de las instituciones predominantes en sus países.

Veamos a Bill Gates. Gates fundó  Microsoft, una empresa multinacional cuyos campos son la informática y las tecnologías de información. Las instituciones inclusivas de los Estados Unidos crearon el terreno fértil para que Gates impulsara su empresa, con incentivos y premios a la innovación, la creatividad, la protección de la competencia y la propiedad privada. Asimismo, la inclusividad permitió que otros desarrolladores y emprendedores se beneficiaran de las creaciones de Gates, impulsando sus propias iniciativas y empresas. Hubo un efecto derrame, ya que la riqueza no se concentró en Gates y su empresa.

En cambio, Carlos Slim hizo su fortuna en monopolios de ciertos sectores estratégicos como la telefonía y otras empresas ligadas al Grupo Carso. Slim ha sido vinculado a posibles prácticas de favoritismo de funcionarios y concesiones públicas, que le han permitido una amplia concentración de mercados en México, su país natal. Las instituciones políticas y económicas de México hicieron de Carlos Slim un hombre muy, muy rico, pero no produjeron la clase de beneficios y efectos multiplicadores que vimos en el ejemplo de Bill Gates. Y no es que este último sea un santo tampoco. Gates también fue acusado de prácticas monopólicas, pero a diferencia de Slim, las instituciones inclusivas de los Estados Unidos posibilitaron que llegara a ser sometido por el Departamento de Justicia donde se acusó a Microsoft de haber implantado un Monopolio, así como también otras prácticas anticompetitivas. Al final Gates tuvo que llegar a un acuerdo y se limitaron (en parte) estas prácticas.

Finalmente, me regresa a la mente la inquietud que le externara al expositor en ocasión de los últimos informes internacionales en los que la República Dominicana ha quedado mal parada. La pregunta que le hice fue: “basta que un país mejore sus instituciones y se posicione en el sendero de la inclusividad para avanzar en su desarrollo, o existen otras variables a considerar?”. La pregunta es pertinente, porque venimos de caer este año 12 posiciones en el índice global de competitividad preparado por el Foro Económico Mundial y precisamente en los renglones institucionales fue donde se observó el mayor declive. Es evidente la urgencia con que se necesitan hacer los ajustes, para encaminarnos por el sendero del desarrollo y prosperidad duradera. Debemos abogar por instituciones políticas y económicas inclusivas si deseamos evitar el colapso. Estamos a tiempo.

Fotos: James A. Robinson exponiendo en la Conferencia Por Qué Fracasan los Países?




martes, 3 de octubre de 2017

Lo que hace falta para mejorar nuestra competitividad



Hace un año escribí un artículo sobre el Informe Global de Competitividad 2016-2017 del Foro Económico Mundial (FEM)[1]. En aquel entonces la República Dominicana venía de escalar importantes peldaños en lo que se refiere a este índice, según las posiciones alcanzadas en el período 2013-2016 (2013: 105/148, 2014: 101/144, 2015: 98/140 y 2016: 92/138). Aunque el número de países tomados para el estudio ha variado dependiendo del año, en términos absolutos logramos avanzar 13 posiciones en los años comprendidos entre 2013 y 2016. No obstante, en un solo año descendimos casi al mismo nivel de hace 5 años, alcanzando la posición 104 en el Informe 2017-2018. Algunos han calificado este resultado como vergonzoso para el país[2].

En el mundo, en peor situación a nosotros se encuentran Kuwait (cayó del puesto 38 al 52, perdiendo 14 posiciones), lo mismo que Sudáfrica (del puesto 47 al 61, perdiendo también 14 posiciones) y Sri Lanka (del puesto 71 al 85, retrocediendo por igual 14 posiciones). Todos estos países y la República Dominicana tienen algo en común: como primer o segundo factor identificado por el sector privado como los más problemáticos para hacer negocios se encuentran: la corrupción y la burocracia ineficiente del gobierno. En algunos casos (Kuwait, Sudáfrica, República Dominicana) la corrupción ocupa el principal factor problemático para los negocios y en el caso de Sri Lanka el primer lugar se lo lleva la burocracia ineficiente del gobierno.

Qué lectura podemos extraer de este estudio?. Es evidente que existe una correlación entre corrupción/burocracia ineficiente del gobierno y un mejor o peor desempeño en el índice global de competitividad. Y todo tiene que ver al mismo tiempo con la institucionalidad de los países. Como el mismo FEM establece en su última entrega: “La crisis financiera de 2007-2008, junto con numerosos escándalos, ha destacado la relevancia de la (...) transparencia para prevenir el fraude y la mala gestión, garantizar la buena gobernanza y mantener la confianza de los inversionistas y los consumidores”. En consecuencia, los Estados deben velar porque sean reenfocadas las políticas públicas en materia de transparencia, institucionalidad y la lucha contra la corrupción. Hay que estudiar estos fenómenos y ver lo que está pasando, podemos tener los mismos problemas que otros países, pero las circunstancias, los factores y causas pueden ser distintas.

Las mejoras institucionales son difíciles, complejas y llevan tiempo, pero también debemos agradecer al FEM por indicarnos (de nuevo) aquellas áreas en las que tenemos que hacer el énfasis. Lo he dicho antes: estos informes no nos queman, ni nos pasan, no se trata de eso. El punto es reconocer las señales que nos vienen dando, y a tiempo, para no volver a tropezar con la misma piedra una y otra vez. Este año fueron 12 puestos que retrocedimos, pero soy de los que creen que haciendo los ajustes necesarios en materia de transparencia e institucionalidad, en algunas entregas futuras podremos decir que solo echamos hacia atrás “para coger un impulso”.