“Corren tiempos de
graves riesgos pero, más aún, de grandes oportunidades, sin parangón en los
últimos años. Para conservar su pertinencia, la OMC necesita asumir la
metamorfosis que está experimentando en estos momentos como "la nueva
situación de normalidad". Alan Wolff, Director General Adjunto de la OMC,
Abril 2019.
El sistema multilateral de comercio vive
momentos apasionantes. La OMC, el gran árbitro de este sistema, se encuentra en
medio de una crisis, que si bien comenzó antes de la guerra comercial
EEUU-China, su incidencia ha venido a agregar un elemento potencialmente
determinante, que pudiera llevarse de pleno este importante regulador del
comercio mundial.
No es para menos. La OMC es una Organización
joven, pero luce cansada. Su estructura propia del siglo XX, no parece estar respondiendo
a los retos y desafíos del siglo XXI. A las cuestiones que se vienen
arrastrando desde los años del GATT y que quedaron inconclusas (p.e. agricultura,
subvenciones), se agregan las “nuevas preocupaciones”, expresadas por los EEUU
en la Conferencia Ministerial de Buenos Aires, 2017: el cumplimiento de las
notificaciones, la autodesignación de país en desarrollo, el objeto y fin del
sistema de solución de diferencias de la OMC.
Cuestiones estas últimas que decimos son nuevas,
no tanto por su idiosincrasia, sino más bien por el momento de su introducción
a la narrativa. No es únicamente coincidente con el conflicto comercial más
agudo de la era OMC, se mide también en términos de los escasos avances en 18
años que ha alcanzado la actual ronda de negociaciones, que desde el 2001 se
lanzó en Doha, Qatar. En los últimos años, dos logros parciales se destacan, en
facilitación de comercio y en tecnologías de información. Más allá, Doha es el
mejor reflejo de un sistema multilateral de comercio anquilosado e incapaz de
romper su propia inercia.
A propósito de la situación de estasis del
organismo es que han surgido llamados a reformar profundamente su estructura,
especialmente la manera en que se toman las decisiones. La regla del “consenso
positivo” implica que discusiones como el diseño y funcionamiento del Sistema
de Solución de Diferencias, p.e. la composición del Órgano de Apelación, deben
ser por consenso de todos los miembros de la OMC. Si uno se opone, cualquier iniciativa
se verá frustrada. Es el arma que precisamente han utilizado algunos, EEUU un
recurrente, para hacer valer sus intereses.
El hecho de que uno o varios miembros
sistemáticamente cuestionen y minen la autoridad del regulador mundial del
comercio, es en sí un motivo para preocuparse. Pelear “fuera del ring” de la
OMC, implica una lucha desigual para un país pequeño y en desarrollo. La ley del
más fuerte es la que impera, no importa si el contrincante es un país
desarrollado o si es otro país en desarrollo. Titanes como EEUU y China se
pueden dar ese lujo, y se lo están dando, de combatir cuerpo a cuerpo fuera de
la OMC, pero por algo no estamos viendo otros hacer lo mismo.
Ahora bien, una cosa es salir de la cancha porque
no se esté de acuerdo con el referee, otra cuestión muy distinta es boicotear
el funcionamiento óptimo de todo el sistema. Con su oposición a la designación de
nuevos miembros del Órgano de Apelación, los EEUU coloca no solo al Sistema de
Solución de Controversias de la OMC, sino a toda la Organización, en una
trayectoria de colisión a finales de este año, cuando vence el período de
nombramiento de dos de los tres miembros (que deberían ser siete) con que
cuenta actualmente este importante órgano jurisdiccional de las controversias
comerciales. Este conoce de los recursos de apelación contra decisiones de los
grupos especiales, pero a la vez sirve para garantizar la calidad de las
determinaciones y la unidad de criterio jurisprudencial, en fin, servir de piedra
angular del propio sistema. Sin Órgano de Apelación, las decisiones de los
Grupos Especiales serían definitivas y vinculantes para las Partes en litigio.
Esta es la preocupación central del “grupo de
los 33”, integrado por académicos, exfuncionarios de gobiernos y organismos
internacionales en noviembre del año pasado. Liderados por Enrique Iglesias, Ex
Presidente del Banco Central de Uruguay, Ex Canciller de Uruguay, Ex Presidente
del BID, Ex Secretario Ejecutivo de CEPAL y Presidente de la Reunión
Ministerial de la Ronda Uruguay, la que dio origen a la OMC; este influyente
conjunto de expertos subrayó la necesidad de una profunda reforma a la OMC,
como cabeza del sistema multilateral de comercio.
Como ha señalado elocuentemente el grupo de los
33 en su declaración, “el sistema multilateral de comercio no está
siendo capaz de lidiar con los desafíos económicos y comerciales del siglo XXI:
la intensidad del cambio tecnológico; la irrupción de China y Asia emergente
como actores relevantes del comercio mundial; la organización industrial en
torno a cadenas de valor; la plétora de acuerdos comerciales preferenciales promovidos
por EE.UU., China y la UE y, en fin, el comercio digital y el vínculo del comercio
con medio ambiente, cambio climático y el mundo del trabajo”.
El grupo de los 33 coincide con otros, que a lo
interno de la OMC han propugnado por normas nuevas para limitar las subvenciones a la
industria y la acumulación de capacidad industrial excedente; normas para
imponer disciplinas sobre la conducta de las empresas públicas, y normas para
frenar la transferencia forzosa de tecnología. Con una clara alusión a
China, este llamado a reformas impulsado por la Unión Europea, el Japón y los
Estados Unidos desde la Conferencia Ministerial de Buenos Aires, se suma a los
temas pendientes por discutir.
Lo que queda claro, es que a menos que se trate
de una acción deliberada (que no creo) de poner fin al conjunto de reglas,
pesos y contrapesos en el sistema multilateral de comercio, los desafíos
actuales de la OMC pueden servir de lecciones para su reforma o eventual
metamorfosis. La autocrítica y los cambios siempre son buenos, nos permiten los
primeros reconocer las fallas y los segundos corregirlas. La opción del conformismo,
estasis, aversión o negación al cambio, nunca deben primar, aunque el riesgo de
fracaso sea un factor. La evolución del sistema regulador del comercio mundial
que comenzó con el GATT no se debe detener con la OMC (ni tiene porque resignarse
con ello).
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