Según Schumpeter la destrucción
creativa comprende el proceso de innovación que tiene lugar en una economía de
mercado en el que los nuevos productos destruyen viejas empresas y modelos de
negocio. Se puede considerar como un fenómeno perfectamente normal, visto hasta
positivo desde la óptica evolucionista propia de la humanidad. De ahí que sea percibido
como un proceso “creativo” más que “destructivo”.
Ciertamente los avances
industriales, tecnológicos y productivos han acarreado la eliminación, o en el
mejor de los casos, la adecuación de viejos modelos de producción. La
revolución industrial significó un punto de inflexión en lo que respecta a
transformaciones económicas, tecnológicas y sociales para la humanidad (el
mayor cambio de modelo productivo en toda su historia hasta ese momento). Difícil es imaginarse el presente si no se
hubieran dado procesos tales como la invención de la lanzadera volante en la
fabricación de tejidos o la introducción de la máquina de vapor, el
ferrocarril, el motor de combustión interna y la energía eléctrica.
Como es natural, estos progresos
no vinieron sin su resistencia. A John Kay, inventor de la lanzadera volante
(que permitía un solo operario, en lugar de dos trabajadores), una multitud
enfurecida de personas atacó su casa y destruyó sus telares, lo que lo obligó a
exiliarse en Francia huyendo por su vida. Como vemos, los oponentes de la
creación hecha por el señor Kay estaban más preocupados por la pérdida de un
puesto de trabajo (pero también de un modelo económico), que por los avances en
cuanto a productividad se refiere. No obstante, Kay es considerado como el
precursor de la revolución agrícola en Inglaterra, la que luego daría paso a la
revolución industrial anglosajona.
Así también, la historia nos ha enseñado
una y otra vez lo que pueden acarrear los nuevos paradigmas. No se trata del
simple temor al cambio, el cual es propio de la especie humana, si no que entraña
algo más. Como establecen Acemoglu y Robinson, en su célebre obra “Por qué
Fracasan los Países”: “A menudo, el temor
a la destrucción creativa tiene su origen en la oposición a instituciones
políticas y económicas inclusivas”.
Acemoglu y Robinson también nos
explican que este proceso puede ser desestabilizador ya que implica la pérdida
de privilegios económicos y políticos. Pero en definitiva es un proceso que opera
contra las propias elites, como bien exponen en los casos de oposición a la
ampliación de la industria y el ferrocarril en el imperio Astro-Húngaro y en el
imperio Ruso en pleno siglo XIX por temor a socavar las bases de la sociedad
feudal que imperaba en esos reinos. Ese derrotero lo llevaron hasta la primera
guerra mundial, con las consecuencias que ya conocemos para ambos imperios.
Pero este no es un comportamiento
exclusivo de occidente, ni tiene su explicación en la cultura. El mismo razonamiento
lo siguió China durante las dinastías Ming y Quing con respecto al comercio
internacional. Durante el período comprendido entre 1368 y 1917 China estuvo
prácticamente cerrada al mundo, pretendiendo de esta forma evitar que los
comerciantes ganaran más poder e influencia. El resultado fue un atraso
relativo de ese vasto territorio. Hoy en día nadie se imaginaría semejante realidad,
siendo China un titán del comercio con la segunda economía a nivel global,
además de ser el mayor exportador (la “fábrica del mundo”). Ese país, ni sus
líderes tuvieron reparos, ni temor de realizar las transformaciones necesarias
(al costo que fuera) con tal de modernizar su aparato productivo y cambiar las
bases de su economía, aunque aquello implicara la destrucción del “antiguo
modelo”.
Es por ello que Acemoglu y
Robinson establecen que “el desarrollo
económico sostenido exige innovación y ésta no puede ser desligada de la
destrucción creativa, que sustituye lo viejo por lo nuevo en el terreno
económico y también desestabiliza las relaciones de poder en el campo
político”.
Un paralelismo se puede extrapolar
con la introducción del comercio electrónico y su masificación a partir de
mediados de la década de 1990. En la actualidad cada vez más empresas y
particulares intervienen en esta modalidad para comercializar, distribuir y
adquirir bienes y servicios. Hoy en día no es extraño escuchar nombres como
Alibaba (China), Amazon.com o eBay. Algunas de estas empresas incluso no
“venden” directamente las mercancías, ni tienen locales, tiendas, ni siquiera
almacenes, si no que actúan como simples “intermediarios”, es decir, proporcionan
la plataforma para que otros puedan utilizarla.
El advenimiento del comercio
electrónico en los Estados Unidos que fue donde se propició su origen y
desarrollo, nunca se vio como una amenaza por parte del “comercio tradicional”,
los que no han temido ser destruidos por esta “creación”. De hecho, algunas
grandes cadenas de tiendas como Walmart y Best Buy han adoptado la modalidad de
e-commerce para llegar a sus clientes. Esto va para las grandes empresas, pero
también se puede observar en las MIPYMES. Plataformas como eBay ofrecen amplias
posibilidades para empresas pequeñas y medianas, de todas partes del mundo.
En la República Dominicana las
“compras por internet” como se denomina coloquialmente a las operaciones de
e-commerce comenzaron a tener su auge a mediados de la década del 2000. Desde
entonces algunas cadenas locales de comercio minorista o “retail” como se
conoce el término en inglés han venido planteado una serie de objeciones a las
compras por internet. Algunos presentan argumentos como la caída del consumo
interno y la reducción de los márgenes de beneficios, como consecuencias
directas de estas operaciones. Sea por la razón que fuera, la oposición a las
compras por internet parece evocar a los tiempos en los que John Kay fue
perseguido como hereje de los textiles.
Lo cierto es que resulta difícil
aceptar como bueno y válido que las compras por internet conlleven la
“destrucción creativa” del comercio tradicional, o que por la misma vía se va a
provocar que un sector desaparezca y que se pierdan empleos.
Pero tales críticas carecen de
fundamentos válidos suficientes. En el peor escenario, la caída de un sector de
la economía es compensada por una ganancia para los consumidores y un uso más
eficiente de los factores de producción. No es la mejor equivalencia, pero
digamos que si una empresa X desaparece por causa del e-commerce, serán
sustituidas por otras (que pueden ser en el sector más dinámico), con lo que la
economía tendrá la capacidad de absorción necesaria (creando una empresa de
Courier por ejemplo). En síntesis, una oposición a las compras por internet en
pleno siglo XXI, cuando se habla que estamos pasando por la cuarta revolución
industrial resultaría poco viable, además de sostenible en el tiempo y equivale
a un intento vano por “apearse” de la globalización.
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